Hoy en día sigo mirando por donde piso. Recuerdo todas y cada una de las ocasiones, lejos de ser pocas, y siempre muy intensas, en las que mis padres fomentaron en mí una curiosidad forjada a golpe de lectura crítica y un gúgol de porqués respondidos muy pacientemente.
En una de mis frecuentes crisis agudas de curiosidad catártica, allá por el 2015, me pregunté a mí mismo la razón esencial por la que el modelo de colaboración y transferencia tecnológica entre universidad, centro tecnológico y empresa no había terminado de cuajar y explotar al nivel de otros casos de reconocido éxito internacional. —Ay Javi, deja de pensar y sigue a lo tuyo que ya tienes bastante… —me recomendó enérgicamente mi ángel de la guarda—.A mis 38 años recién cumplidos no he aprendido aún a dejar de pensar. Como a uno le gusta cavilar un rato largo, escuché al demonio considerado que llevo dentro y volví a meditar: recordé nuevamente a mis queridas hormigas.
Lo mucho que estos insectos colaboran entre sí es un hecho irrevocable. Son capaces de comunicarse para informar a sus congéneres de rutas de interés para su supervivencia, bien por estigmergia o mediante comunicación directa entre pares, como sucede en la subfamilia Leptothorax acervorum. Son conscientes de que si actúan con un fin común, la colonia será próspera. Cada integrante tiene un papel definido mediante reglas simples de comportamiento. No en vano, tal comportamiento colectivo ha inspirado el famoso algoritmo de optimización que lleva su nombre. Hoy en día es ampliamente utilizado para analizar problemas relacionados con la planificación de tareas en sistemas industriales o el rutado multimodal en redes de transporte.
Fascinado por conocer más detalles sobre la actitud de estos insectos descubrí que no es exclusivo de esta especie: manadas de lobos, termitas, bancos de peces, bandadas de pájaros, enjambres de luciérnagas, incluso el propio funcionamiento de la sociedad humana a lo largo de su historia. Tras el éxito de un colectivo siempre subyace la colaboración entre sus integrantes, la comunicación y el contacto.
Inmediatamente advertí el riesgo relativo de declarar estas reflexiones mías basadas en la naturaleza. Así que me dispuse a determinar ejemplos más concretos, con bípedos como participantes, que sustentasen sólidamente la conclusión a la que había llegado.
El frenesí mental fruto de mi ávida lectura reveló cual epifanía otro de los factores de impacto en el éxito de colectivos con una misión común: la diversidad de sus integrantes. La agencia NASA (National Aeronautics and Space Administration) que todos conocemos se dota de los mayores expertos a nivel mundial en aquellas tecnologías que necesitan para maximizar la utilidad de cada misión y minimizar su probabilidad de fracaso, atendiendo no solo a la excelencia de sus conocimientos y a la pericia en su aplicación, sino también a su disciplina, a su capacidad de resolución, de trabajo en equipo y compromiso.
La diversidad en un colectivo es siempre ventajosa cuando el escenario en el que operan es altamente dinámico, sujeto a cambios o a una constante evolución. La heterogeneidad de conocimientos, de puntos de vista, de roles, de opiniones… favorece la adaptabilidad a nuevas situaciones o descubrimientos. Ya lo dijo el filósofo inglés Karl Popper: "el aumento del conocimiento depende por completo de la existencia del desacuerdo".
De vuelta al origen de mi estudio traté de reflexionar sobre lo que había observado en centros tecnológicos e instituciones académicas a lo largo de mi trayectoria investigadora. La investigación, conceptualizada como la actividad que ejerce un colectivo en su obligación laboral, se desarrolla en un contexto altamente cambiante, con desafíos técnicos que requieren de competencias técnicas sumamente especializadas, y demandan investigadores capaces de adaptarse a los continuos hallazgos por parte de sus colegas.
Los investigadores somos hormigas obreras que tratan de construir túneles en arenas movedizas, con el objetivo de explorar nuevos terrenos en busca de alimentos. Nosotros, las hormigas, necesitamos colaborar, comunicarnos, trabajar "codo con codo" para explorar más terreno, encontrar más comida y repartirla sin importar la colonia de la que provengamos o a la hormiga reina a la que rendir pleitesía. Promovidos y comprometidos por un fin único y común: crear nuevo conocimiento, ciencia de calidad, de primera línea, de impacto.
La ciencia de datos y el Big Data se prestan particularmente a esta metáfora por ser áreas de investigación de gran dinamismo e intensa actividad a nivel mundial, confluyendo en ellas las matemáticas, la ingeniería, las ciencias de la computación y la inteligencia artificial. Conocimiento multidisciplinar cuyo avance y evolución demandan hormigas alta y diversamente especializadas.
Sin embargo, la realidad del jardín es otra: las hormigas que sobrevivimos en el ecosistema de la investigación rara vez salimos de nuestros hormigueros. Conocemos nuestras fuentes de comida y somos celosos de compartirlas. De hecho se ha demostrado que la coexistencia en un mismo lugar de varias colonias de hormigas es resultado del equilibrio entre aquellas que son buenas explorando y encontrando fuentes de comida, y aquellas que defienden tenazmente las suyas.
Afortunadamente, el cerebro humano es notablemente más capaz que el de uno de estos insectos para entender que la observación, el aprendizaje del prójimo y la colaboración entre pares son beneficiosos cuando el objetivo en sí es compartido. La ciencia es, sin duda alguna, una meta universal para los que hemos nacido “con el bicho” investigador.
Convencido de que las hormigas científicas necesitamos contacto en beneficio de la ciencia, y animado por el "I have a dream… " me decidí a apostar y a fomentar la creación de una iniciativa singular que uniese a investigadores de diferentes instituciones con intereses científicos comunes.
Una iniciativa que motivase a las hormigas científicas implicadas en ella a enseñar, a investigar y a aprender juntos alrededor de retos compartidos. A conformar una colonia de hormigas indocumentadas, sin matrículas ni etiquetas donde lo único que nos distinguiese fuese nuestros nombres. Abierta por tanto, a toda la comunidad de hormigas del jardín que quiera colaborar, aprender y enseñar de manera transparente, comprometida y sincera.
Hoy en día el Joint Research Lab es una realidad, un hormiguero ubicado en la Escuela Superior de Ingeniería de Bilbao donde hormigas de TECNALIA, la UPV/EHU y la BCAM (Basque Center for Applied Mathematics) hacemos ciencia de calidad alrededor de la analítica de datos y la ciberseguridad.
Muchas de esas hormigas trabajan afanosamente en sus tesis doctorales. Publican asiduamente trabajos en revistas de prestigio; presentan los avances en congresos internacionales; hablan con empresas para que prescriban retos técnicos que den pie a nuevas investigaciones; organizan eventos de difusión técnica; colaboran con hormigueros de otros jardines; plantean ideas para proyectos conjuntos; comparten conocimiento...
Enseñamos, aprendemos, crecemos y hacemos ciencia, juntos.
¿Te apuntas?