La concepción de objetos artísticos cada vez más vanguardistas condiciona a sus autores a una innovación constante, y a experimentar con la materia; hasta creer en ella, para plasmar sus ideas y crear su obra.
La historia de la humanidad se narra a través de la evolución del arte y de la incorporación de nuevos materiales y técnicas a lo largo de los siglos. Los materiales, como testigos y muestra del avance de las sociedades han posibilitado nuevas formas de expresión, y la creación de las obras más representativas de cada civilización, cultura, estilo, movimiento, corriente, etc. Incluso han dado nombre a grandes periodos: la edad del bronce, del hierro, etc. y los composites no han sido ajenos a esta inclusión en las bellas artes.
En el afán del artista por diferenciarse, traducir la complejidad de la realidad de la naturaleza y llevar a la máxima expresión su creatividad interior, es donde el mundo del arte y la química convergen y conectan. La ciencia de la materia, con sus incesantes descubrimientos proporciona substratos, tintas, pigmentos, aglutinantes, disolventes, estabilizadores, adhesivos, barnices, resinas, etc., que permiten al creador seguir experimentando hasta llegar a conocer las leyes y particularidades que la definen como sustancia, para creer en ella. Así, el autor dispone de un abanico de posibilidades, cada vez más amplio, para su promoción artística.
En la segunda mitad del siglo XX se produjo en la industria el crecimiento de la química orgánica, con la síntesis de resinas de poliéster insaturado, en 1933 por Carleton Ellis y la formulación de las primeras resinas epoxi, paralelamente por Pierre Castan y S.O. Greenlee en 1936. Ambos, grandes avances en la industria química que proporcionaron soluciones y mejoras en las propiedades y el procesamiento de la primera resina obtenida a partir de fenol y formaldehido, la Bakelita, por Leo Backeland en 1907.
A su vez, se inició el desarrollo de los refuerzos con Games Slayter de Owens Corning, quienes en 1938 fabrican la fibra de vidrio a nivel industrial, surgiendo los primeros materiales compuestos de fibra de vidrio y resinas de poliéster/epoxi en la década del 40. Estos, por entonces modernos materiales, que combinaban las propiedades mecánicas de los refuerzos que los constituían y la resistencia química de las matrices que los amalgamaban, rápidamente se introdujeron en el sector náutico e industrial.
Posteriormente, hitos como la obtención de fibra de carbono a partir de PAN (Poliacrilonitrilo) en 1959 por Akio Shindo y la síntesis de fibra de aramida por Stephanie Kowlek en 1965, posibilitaron que los composites se adentrasen en sectores cada vez más exigentes. Su bajas densidades y excelentes ratios de rigidez-peso propiciaron la sustitución de materiales tradicionales como la madera y los metales, hasta erigirse solo unas décadas después, en imprescindibles para satisfacer las necesidades de movilidad y eficiencia del transporte.
Estas materias primas creadas por los químicos, como resultado de la investigación liderada por la industria, tuvieron una pronta acogida en el gremio de artistas, datando de 1948 la primera escultura materializada en composites “Femme Assise” de Sam Saint-Maur. Lo que demuestra, la firme interrelación entre el arte y la química, ya que casi de forma paralela los composites se emplearon en la industria y la escultura.
Saint-Maur, a su regreso de Indonesia y tras conocer la antigua técnica de las lacas, se encontró con el desarrollo del poliéster a nivel productivo y lo incorporó a sus esculturas. Como aficionado al estudio, ensayo y al conocimiento de la materia, llegó a creer tan fehacientemente en los composites para crear, que en 1959 patentó el Polybeton, una pasta formulada con resina de poliéster cargada de cemento, que fue mejorando añadiendo talco, cobalto, sílice, pigmentos etc.
En 1954, James-Jacques Brown entró en contacto con Bugatti, donde se aplicaban resinas de poliéster para fabricar el chasis del modelo 576 y las adoptó para concretar sus esculturas, al ser flexibles y translúcidas conciliaba sus exigencias de pintor y escultor, con acabados de alto brillo y acentuando contrastes, y en 1957 exhibió el “Grand Christ en croix” en el Salon de la Jeune Sculpture.
A partir de los años 60 numerosos artistas harán uso de los composites, dando solución a las exigencias de sus objetos artísticos, entre los que destacan la escultora Marta Pan, que para su “Otterlo” eligió la resina de poliéster con fibra de vidrio, por su resistencia a los agentes medioambientales externos, a la corrosión y el contacto con el agua; la figura que data de 1960 sigue flotando en el lago del Kröller Müller Museum.
El polifacético Joan Miró, abierto a nuevas posibilidades expresivas se decantó en 1975 por la resina de poliéster con fibra de vidrio sobre un refuerzo interior de acero para construir la escultura “Pareja de enamorados de los Juegos de flores de almendro” de 12 m. de altura y 8 Tm., ubicada en La Défense, París. Con la adición de pigmentos orgánicos a las resinas y gel-coats logró los colores brillantes y estables característicos de su obra, que perduran hasta hoy, mostrando su resistencia a la intemperie y la minimización del coste de mantenimiento.
Por su parte, el abstracto Frank Stella, muestra la dualidad de los materiales industriales con el acero como protagonista. En Gozo, 1983 dispone nomex de aluminio y madera de balsa, dos cores con geometría de panal de abeja utilizados en laminados sándwich y los diferencia; dando una protección a la balsa e impregnándola con epoxi y CSM de emulsión para conferirle transparencia, dureza y estabilidad frente a la humedad, demostrando su conocimiento de los elementos aislados y la estabilidad del compuesto.
En Keroehan, 2006 combina espuma de PUR masillada con partes de CFRP, composite reforzado con fibra de carbono; el tejido parcialmente impregnado presenta zonas secas donde el trenzado se deshilacha, revelando así la fragilidad de la materia prima y la rigidez del conjunto. Los composites, además, tienen la capacidad de adquirir formas orgánicas complejas y una escultura que lo evidencia es “La armonía del sonido” de Maximiliam Pelzmann instalada en 2014 en la Basílica de Santa María del Coro en Donostia. Inspirada en las rocas de Jaizkibel erosionadas por el mar, la pieza exhibe formas sinuosas e irregularidades que imitan la arenisca y contrasta con la fachada por su color blanco intenso, lo que buscaba el crítico de arte y sacerdote Kortaki, cuando le invitó a intervenir la basílica para darle un cambio reafirmando su evolución y la de su sociedad.
El irlandés de origen donostiarra y admirador de la escultura vasca se trasladó a Irún donde construye sus esculturas junto a expertos en composites: Gaviria y Carrocerías Eneko, que participan del proceso creativo en las distintas fases: preparación de modelos y moldes, fabricación de laminados, ensamblaje y unión de piezas, acabados superficiales de alta calidad y en el aseguramiento e integración de las creaciones en su enclave final.
Hoy los materiales compuestos se engloban en la técnica escultórica de modelado, sirven para la fabricación de toda la serie: modelos, moldes y piezas, siendo muy apreciados tanto en la rehabilitación de obras antiguas como en reproducción, por su facilidad para concebir series cortas y medias sin una inversión elevada. Son materiales versátiles y por su ligereza permiten materializar esculturas de grandes dimensiones sin que su peso genere elevados costes en la instalación o, durante la movilidad de las piezas entre exposiciones, brindando a los autores características excelentes y únicas para crear sus obras.