En Amézaga de Zuya (Álava), los vecinos se reúnen al menos una vez al año para trabajar en tareas que tienen que ver con el pueblo: se desbrozan algunas zonas, se monta una parrilla detrás del txoko, se pintan paredes, se habilitan zonas de juego para niños y niñas.
A cambio de este esfuerzo no hay ningún tipo de compensación, más allá de disfrutar de la cercanía de los demás y de reforzar el orgullo de pertenecer al pueblo. En casa le llamamos a eso ir a la vereda. Es una tradición tan profundamente arraigada en la sociedad rural vasca que hasta tiene una palabra propia en euskera: auzolan (trabajo vecinal).
Con los países pasa un poco como con los hijos, que a veces estás tan ocupada dándoles lo que tú no tuviste, que se te olvida darles todo lo bueno que tuviste. Estamos tan ocupados pensando en todo lo que tenemos que cambiar, que se nos olvida lo que tenemos que conservar. La sociedad vasca es una sociedad que lleva la colaboración en su ADN. No solo los auzolanak, también el modelo cooperativista es una parte importante de nuestra historia, y la política de clústers, que se implantó hace más de treinta años y sigue siendo un caso de éxito que se estudia en las mejores universidades del mundo.
Somos un país que sabe jugar en equipo, y estamos de suerte porque la colaboración es uno de los factores claves de éxito del futuro. Cuando Einstein presentó su teoría de la relatividad en 1916, la ciencia se hacía en grupos pequeños y poco conectados. La primera fotografía de un agujero negro tomada en el 2019, y que vino a confirmar esa teoría, se logró con el trabajo conjunto de investigadores de más de cuarenta países.
La ciencia y la tecnología ya no son actividades aislada. Europa lo sabe y por eso, ha apostado por una política orientada a misiones. Y eso es algo que, a nosotros en Euskadi, nos abre una ventana enorme de oportunidades. ¿Por qué? Porque llevar a Euskadi a un modelo energético sostenible, desarrollar soluciones para la movilidad eléctrica, mejorar la calidad de vida de la ciudadanía vasca, digitalizar nuestras empresas, o cambiar el modelo de utilización de los materiales en nuestros procesos productivos nos hará más innovadores, nos llevará a crear nuevas empresas con nuevos modelos de negocio, nos ayudará a crear nuevos y mejores trabajos, nos posicionará como proveedores globales de soluciones tecnológicas. En definitiva, nos hará más fuertes, nos hará mejores.
Además, las misiones son el nuevo contrato social. En una época de efervescencia científica y de negacionismo científico, las personas se emocionan contemplando la primera foto de un agujero negro, pero acuden a las redes sociales en busca de terapias alternativas contra el cáncer y se niegan a vacunar a sus hijos. Es más importante que nunca que todos y todas entendamos que la respuesta a lo que nos preocupa está en la ciencia. Cuanto más apoyo reciba la ciencia por parte de la sociedad, más probabilidades tendremos de sostener nuestras apuestas en el tiempo y de encontrar soluciones a los retos globales.
A veces hacemos autocrítica y decimos que en este país somos muy conservadores, que no somos curiosos, que no nos gusta el riesgo. Pero no es verdad. Somos el país de Fausto y Juan José Elhuyar, de Joaquín María de Eguía, de Manuel Ignacio de Altuna, de Xabier María de Munibe. Somos el país de la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País, del Real Seminario de Bergara. Somos el país que a principios de los años 80, con una industria hundida y dos terceras partes de los trabajadores sin formación fue capaz de diseñar e implantar una reconversión industrial que nos ha llevado a ser un foco de alta innovación con uno de los ratios más altos de Europa en población con formación superior. Hemos sido curiosos. Y audaces. Y sabemos asumir riesgos inteligentes.
Asumir riesgos inteligentes no implica no equivocarse nunca. Nos vamos a equivocar. Siempre se pone la misión Apolo como un ejemplo de éxito, pero al pensar en ella todo el mundo tiene en mente el Apolo 11, que fue la misión tripulada que aterrizó con éxito en la Luna.
En realidad, la primera misión del proyecto fue un terrible fracaso, que terminó con la vida de toda la tripulación y con una cápsula calcinada que nunca llegó a despegar. Hicieron falta veinte meses de investigación para entender los errores cometidos, y más de dos años de trabajo exhaustivo hasta que llegó el éxito. Equivocarse no es fracasar; fracasar es conformarse, no hacer nada. Fracasar es pensar que ya estamos bien y que es mejor no tocar nada.
Dentro de unos años habrá en Euskadi varios premios Nobel, nuestros investigadores habrán contribuido a entender mejor el Alzheimer, la depresión y el cáncer. Dentro de unos años las empresas vascas serán un centro de peregrinación de empresarios de todo el mundo que vendrán a estudiar nuestro modelo de industria 4.0. Dentro de unos años, nuestros hijos trabajarán en las mejores universidades y centros de investigación del mundo… y al salir se tomarán una cerveza en Pozas, en la Virgen Blanca o en la Parte Vieja de Donosti.
Y será gracias a que hoy sabemos quiénes fuimos, y a que no tenemos miedo de imaginar todo lo que podremos ser.