En el Día Mundial de Internet nos congratulamos de las numerosas bondades que nos ha traído la red de redes a nuestras vidas. Pero al mismo tiempo, no debemos olvidar que la red es una plataforma bajo diversas amenazas que atentan contra su neutralidad, su carácter igualitario, la seguridad de los datos, su accesibilidad y la progresiva pérdida de espacios públicos digitales.
Todo el mundo ha oído o conoce, más o menos, la historia de una de las innovaciones tecnológicas más disruptivas que ha creado el ser humano. Desde el desarrollo de los famosos cables submarinos, pasando por los precursores ideológicos de la red como Vannebar Bush, J.C.R. Licklider o Ted Nelson, la célebre agencia DARPA y su archiconocida ARPANET (que es la base de lo que hoy conocemos como Internet), y llegando hasta la más reciente World Wide Web hemos asistido a un sinfín de innovaciones en el campo de la microelectrónica, la computación y las telecomunicaciones en apenas medio siglo.
Por el camino quedan historias realmente apasionantes que nos han dejado adelantos como el protocolo TCP/IP, los Domain Name System, o el navegador web entre otros. También hay grandes nombres en toda esta epopeya como Leonard Kleinrock, Vinton Cerf, Robert Khan, Ray Tomlinson o Tim Berners-Lee (por citar algunos) y asociaciones de gran peso como ISOC, IETF, ICANN, W3C y otros muchos acrónimos que el usuario medio conoce a través de algún “amiguete ilustrado” o por algún documental. Seguramente además, todavía no hayamos ni presenciado una ínfima parte de lo que se puede conseguir gracias a la comunicación y conexión de computadoras. De hecho, es muy probable que tecnologías como el Big Data, el Internet de los Objetos y los Sistemas Ciber-físicos nos hagan más complicado distinguir Internet de la realidad física. Y es que Internet se ha convertido en una tecnología básica en multitud de ámbitos de nuestro día a día.
Hace unos años se publicaba una encuesta en la cual un 84% de los usuarios de smartphones en el mundo admitían que no podían pasar ni un día sin él. En otra encuesta similar también se concluía que el 85% de los usuarios de estos teléfonos preferían no tener agua corriente antes que apps en su teléfono.¿Quiere decir esto que nos hemos vuelto locos? ¿Significa esto que la pirámide de necesidades de Maslow se nos ha quedado obsoleta? Bueno, quizás como dice Bauman se debe más bien a que cada vez estamos más en lo online y menos en lo offline y se nos olvida, con frecuencia, que el primero es un mundo virtual que nos hace olvidar las preocupaciones de nuestras vidas reales. Huelga decir que el impacto de Internet en nuestra sociedad ha sido progresivamente apabullante y ni nos podemos imaginar lo que supondría un "blackout" o apagón generalizado de la red de redes. Las consecuencias meramente económicas en sectores como la logística o el comercio harían temblar los cimientos de un buen puñado de gobiernos, instituciones y organizaciones de muy diferente índole y que de manera exponencial afrontan procesos de digitalización. Por suerte, en estas epopeyas tecnológicas también hay héroes anónimos que evitan que los malos no se salgan con la suya.
Pero no quería hablar en este post de posibles fenómenos apocalípticos para los que seguramente no estemos preparados, sino de una de las amenazas más silenciosas e invisibles que afronta Internet y que no es perceptible por la mayoría de la opinión pública. Un peligro que afronta la red de redes y que se basa en algo que curiosamente ha permitido su popularización y apropiación social; el triunfo de las redes sociales y sus modelos de negocio.
A primera vista puede parecer contradictorio pero lo cierto es que el establecimiento en la red de grandes compañías bajo la lógica de la plataforma y que monetizan los contenidos que sus usuarios crean de un modo altruista (prosumidores explotados digitalmente para ser más exactos) está llevando a que Internet pierda su carácter neutral y descentralizado. Incluso cuando el usuario está adquiriendo un producto o un servicio, se generan datos que diversos algoritmos de recomendación y aprendizaje se encargan de categorizar y relacionar. Es decir, incluso cuando el usuario adquiere un producto y/o servicio, el producto sigue siendo el usuario, lo cual provoca que las fronteras entre contenidos, información y comercio se desdibujen.
Esta idea que puede parecer anacrónica y nos recuerda a los tiempos de la explotación laboral en las diversas revoluciones industriales, no lo es en absoluto. De hecho, hoy Marx está más vivo que nunca y numerosos autores como Trebor Scholz, Christian Fuchs, Tiziana Terranova o Eugeny Morozov han reflexionado sobre la desilusión que ha supuesto este “espacio digital 2.0”. Algo que constató en sus "propias carnes" Hossein Derakhshan al pasar 6 años preso en una cárcel de Irán por criticar al régimen de su país. Cuando salió y vio en lo que se había convertido la plataforma que él adoraba no pudo más que sentirse horrorizado.
Si bien es cierto que vivimos en la era de la hiperconexión y que estamos más informados que nunca, también es cierto que cada vez nuestro comportamiento en la red se reduce a un patrón más previsible. Consultamos nuestro correo en Gmail, observamos qué hacen nuestros amigos en Facebook, leemos las noticias en Twitter, vemos nuestra serie favorita en Netflix, etc. pero cada vez es más difícil no pasar tiempo en sitios en los que estamos constantemente monitorizados y analizados con el fin de que las máquinas nos conozcan un poco mejor.
Si las grandes vencedoras de la Web 2.0 han sido las redes sociales, los grandes perdedores han sido claramente los blogs. La economía de la atención ha favorecido que las plataformas capaces de monetizar sus audiencias (en forma de grandes números de usuarios), dejen poco a poco menos sitio a entornos en los cuales se fomenta un pensamiento crítico, reflexivo y analítico. Cada vez hay menos Wikipedias y más Facebooks; más parcelas digitales con contenidos de consumo fácil (vídeos y foto) y donde puedes encontrar a tus amigos, tus vídeos favoritos, tú música preferida y donde por desgracia, nunca te cruzarás con alguien que piense diferente a ti y te haga reconsiderar tus opiniones. Para que esto funcione así el usuario tiene a su disposición abundante tecnología que explora sus gustos, aficiones y preferencias y que no permitirá la osadía de sugerir algo disonante en su historial.
Debemos recuperar los valores primitivos de la red de redes. La verdadera fuerza de Internet reside en su naturaleza descentralizada y neutral que hace posible un entorno favorable a la innovación y sin el control expreso de ningún gobierno, organización y/o empresa. Esto permite el establecimiento de relaciones de confianza y modos de producción social que serían imposibles, o harto complicados y costosos, en el plano físico.
Por ello debemos asegurar que la plataforma que tantos beneficios nos ha traído no acabe siendo prisionera de las nuevas multinacionales digitales.