Nuestro cariño y admiración a Jose Ángel Alzola por su inestimable colaboración.
Tus compañeros y amigos de TECNALIA no te olvidaremos. Descanse en paz.
El vehículo eléctrico se encuentra inmerso en la batalla por hacerse un hueco en el mercado de la movilidad. Si la experiencia en este tipo de situaciones cuenta, entonces el vehículo eléctrico lleva un plus porque no es la primera vez que se ve en esta tesitura.
Ya en 1900 el 28% de los coches producidos en EE.UU. eran eléctricos. Se trataba de una alternativa atractiva tanto por su funcionamiento silencioso y sin humos, como por la facilidad de conducción frente a los vehículos de gasolina, en los que el arranque era por manivela y la operación del cambio de marchas resultaba muy engorrosa. Como prueba de su potencial baste decir que por esas fechas un descapotable eléctrico se convertía en el primer vehículo en superar la barrera de los 100 km/h.
Pero la competencia no descansa, ni entonces ni ahora. En su afán de mejora continua de los procesos de producción, Henry Ford consigue en 1912 rebajar el precio de su Modelo T hasta los 500 $ y elevar la producción anual hasta las 75.000 unidades. Esto supone un punto de inflexión para el vehículo eléctrico, que con unos costes tres veces superiores a duras penas puede competir y comienza una etapa de declive hasta su total desaparición hacia 1.935. En este camino se encuentra con diversos obstáculos como la invención del motor de arranque (eliminando la necesidad de la manivela en el vehículo a gasolina), el desarrollo de una red de carreteras que pide vehículos con mayor autonomía y el abaratamiento del petróleo.
Cien años después, el vehículo eléctrico vuelve a la carga con energías renovadas y con la experiencia de una batalla perdida en la que se pudo constatar la importancia de los costes. A primera vista puede parecer que en un siglo no ha cambiado mucho el posicionamiento del vehículo eléctrico: mayor coste y menor autonomía a cambio de una solución más sostenible desde el punto de vista medioambiental.
Nada más lejos de la realidad. Hace cien años el vehículo eléctrico no era más que una plataforma con ruedas con capacidad para transportar personas y mercancías. Hoy en día es mucho más que eso. Se ha convertido en un nodo que con sus conexiones eléctricas y de comunicaciones es capaz de integrarse e interactuar con su entorno. La conexión inteligente con las redes eléctricas permite optimizar el proceso de recarga durante los períodos de precios más bajos de la energía. Pero además, el vehículo eléctrico se convierte así en un potencial proveedor de servicios muy diversos para la red tales como la compensación de las variaciones en la producción renovable, la gestión de sobrecargas, el control de tensión y de frecuencia o el suministro de emergencia. Estos servicios habrán de ir desarrollándose progresivamente y supondrán un ingreso que redunda en una disminución de los costes totales a lo largo de la vida del vehículo (TCO: Total Cost of Ownership). También hay otros procesos en desarrollo que permiten disminuir el TCO:
- Disminución del coste de las baterías como resultado de los avances tecnológicos y del crecimiento del volumen de mercado compartido con aplicaciones de red.
- Desarrollo de normativas de apoyo al vehículo eléctrico. El ejemplo más claro es Noruega, que en 2014 lideró las ventas en Europa con un programa de beneficios muy ambicioso que incluye la exención del IVA, reducción del impuesto de circulación, el aparcamiento gratuito, exención de peajes, seguros más baratos y recarga gratuita en miles de puntos públicos.
- Second life o reutilización en aplicaciones de red de baterías de vehículo eléctrico que han llegado al final de su vida útil para aplicaciones móviles pero, todavía son de utilidad en aplicaciones estacionarias. De esta forma, se obtiene un valor residual para un elemento que hasta ahora tenía valor cero.
El vehículo eléctrico tiene también el potencial de convertirse en un punto de encuentro y compromiso con un modelo de transporte más sostenible. Por su propia naturaleza y por la limitación de recursos como la autonomía, conducir un vehículo eléctrico es en sí una invitación a reconsiderar nuestro modo de conducción y poner la eficiencia, el respeto al medio ambiente y la seguridad en lo más alto de la escala de prioridades.
En este contexto, la pregunta es si ha llegado ya la hora del despliegue masivo del vehículo eléctrico. Responder a este tipo de preguntas es fácil. Lo difícil es acertar. Por ejemplo, en 2010 las estimaciones de ventas en España para 2014 eran de 110.000 vehículos eléctricos. Finalmente ese número quedó en 1.405 unidades.
En este momento, no es tan importante tratar de adivinar fechas y números como decir que el vehículo eléctrico ha venido para quedarse. No estamos ante un ahora o nunca. Son muchas las apuestas que se han puesto en marcha tanto por los gobiernos (objetivos de despliegue, infraestructuras de recarga, programas de I+D) como por los fabricantes (desarrollo de vehículos eléctricos, mejora de las baterías) y con la inercia de estas acciones todavía hay margen para la introducción masiva del vehículo eléctrico.
Las condiciones van a ir mejorando en muchos aspectos como costes y autonomía de las baterías, procesos de recarga, prestaciones o desarrollo de normativas medioambientales, incluyendo medidas específicas de apoyo al vehículo eléctrico y de limitación de sus emisiones. De esta forma se va a ir estrechando la diferencia en términos de TOC respecto a los vehículos convencionales. En Noruega, los vehículos eléctricos ya se han puesto por delante si se tienen en cuenta todas las ventajas anteriormente mencionadas, lo que da una idea de que la diferencia no es insalvable.
Este proceso llevará su tiempo, pero cuesta pensar que a estas alturas vamos a renunciar a un futuro más limpio y con menor dependencia del petróleo y de la volatilidad de su precio.
¡Esto es un ahora o siempre!