Cuando tenía 8 años las monjas me enseñaron a hacer vainica. Mi abuela, convencida de que saber bordar era una habilidad esencial para cualquier mujer decente, me regaló un costurero de madera enorme (he tenido cajas de herramientas más pequeñas que aquel costurero) y me pasé años bordando manteles y paseándolos del colegio a casa.
A los 18, mi padre me regaló un 205 y me instruyó cuidadosamente en el arte de sacar las bujías, limpiarlas y lijarlas para que estuvieran siempre en buen estado. Tengo 40 años y no he vuelto a bordar un mantel en mi vida. El siguiente coche que compré fue un Volkswagen; diésel. Quince años después, todavía le estoy buscando las bujías. Si alguna vez hago una lista de las cosas inútiles que he aprendido en mi vida, seguramente estas dos ocuparán los primeros puestos.
Habilidades que en su momento parecían absolutamente esenciales y que el paso de los años ha convertido en anécdotas. Seguro que habéis oído hablar de cardadores, campaneros, hilanderos, serenos o pregoneros pero apuesto a que no conocéis a ninguno. A pesar de la resistencia histórica del ser humano a los cambios, a pesar de los ludistas, los cartistas, los gremios y los sindicalistas, las revoluciones industriales se han ido sucediendo una tras otra sumiendo en el olvido muchas de las profesiones que una vez se consideraron imprescindibles.
¿Quieres comer fuera pero no te gusta que te den conversación? Bienvenido a Bolt Burgers, el primer restaurante donde no tendrás que interactuar con ningún empleado. ¿Viajas mucho pero eres alérgico a las relaciones sociales? El Henn-na, atendido íntegramente por robots, ¡te va a encantar! Camareros, recepcionistas, mensajeros, cajeros, agricultores, telefonistas y millones de puestos de trabajo más, están en riesgo de seguir los pasos de los hilanderos del pasado y ser sustituidos por alguna clase de máquina.
Algunos se tientan las nóminas y piensan: “ya, pero esto solo les pasará a los que tienen trabajos mecánicos con poco valor añadido, ¿no?” ¡Pues no! Parece bastante obvio que las tareas rutinarias son fáciles de sustituir por máquinas. Sin embargo, a medida que avanza la tecnología, mejora el conocimiento de tareas que no son rutinarias y estas también pueden automatizarse. La clave está en disponer de suficientes y buenos datos que puedan ser traducidos.
En su artículo de 2004, Levy y Murnane ponían la conducción como ejemplo paradigmático de una actividad imposible de automatizar. Apenas una década después, Google, Tesla, MIT y Apple entre otros, han trasladado el debate hacia a quién liquidará el coche autónomo si, en caso de accidente, se encuentra en la disyuntiva de salvar al conductor, o a dos adorables "abuelitas" que cruzan por la mitad de la calle. Más ejemplos: ¿os acordáis de la hermosa princesa Sherezade que consiguió salvar el pellejo contándole cuentos al Sultán Schariar durante mil y una noches? Pues en la versión actual, la princesa ha evolucionado hacia una inteligencia artificial desarrollada por el Instituto Tecnológico de Georgia, capaz de escribir cuentos y relatos con una precisión asombrosa. Y una colega suya, (Narrative Science), se decanta por el periodismo y es capaz de convertir datos numéricos en artículos de deportes o finanzas perfectamente redactados.
El truco está en contemplar la tarea especializada y descomponerla en pequeñas acciones más concretas y menos sofisticadas, que pueden ser automatizadas. En realidad es la misma lógica que subyace a la segunda revolución industrial, cuando el trabajo que realizaba un único artesano se descompuso en tareas mecánicas desarrolladas por muchos trabajadores.
A estas alturas ya nadie cuestiona que la automatización de tareas lleva consigo destrucción de empleo. Pero siendo positivos, automatizar tareas implica mejorar la eficiencia en la producción, lo que a menudo reduce el coste del producto incentivando la demanda. Por otro lado, incrementar la productividad de la industria promueve la entrada de nuevos agentes, impulsando la creación de nuevos empleos.
¿Qué tipo de empleo se va a crear?
El que no pueda ser realizado por las máquinas. A pesar de los ejemplos mencionados arriba, la verdad es que todavía no conocemos bien los mecanismos que subyacen tras la creatividad, la intuición, la empatía, la capacidad de persuasión o de negociación, el pensamiento lateral y, en general, tras las habilidades sociales vinculadas a lo que llamamos inteligencia emocional. Al no conocerlos, es complicado desarrollar un algoritmo que permita automatizar la tarea. Son estos empleos, asociados al conocimiento, que requieren habilidades sociales y emocionales y que no son rutinarios, los que se van a mantener y crear en el futuro.
De acuerdo al World Economic Forum, hay dos grandes tendencias en la creación de nuevos empleos: por un lado, analistas de datos que le den sentido a la información generada en diferentes sectores; por otro, perfiles especializados en venta y comercialización de productos, capaces de modular sus mensajes dependiendo de los clientes y extremadamente eficientes en un entorno incierto. Dentro de estas dos categorías, se concretan algunos perfiles, como especialistas en recursos humanos y desarrollo organizacional, especialistas en ingeniería de materiales, bio, nano y robótica, expertos en legislación y relaciones institucionales y expertos en sistemas de información geoespacial entre otros. Y por si fuera poco, todo ello cocinado en un entorno que también es diferente: el de la economía colaborativa.
Si a estas alturas del artículo empiezas a preguntarte si eres una especie en extinción, te interesa echarle un vistazo a este trabajo de la Universidad de Oxford, que presenta un listado de 702 profesiones clasificadas por el riesgo de ser sustituidas por máquinas. También aporta una sugerente conclusión: cuanto mayores sean el salario y el nivel educativo asociados a un puesto de trabajo, menos probable es que este sea automatizado. Mucho más optimista, el informe “The Future of Jobs, 2025” pronostica la desaparición del 16% de los empleos actuales (el estudio de Oxford auguraba la automatización de al menos el 47% de los puestos de trabajo en EEUU, unos 80 millones en términos absolutos, 15 millones estimados en el caso de Reino Unido), y la creación de una cantidad equivalente al 9% del empleo actual.
¿Podemos aportar algo desde los centros tecnológicos al empleo del futuro?
Los centros tecnológicos tenemos un papel central en la identificación y formación de los nuevos perfiles. En pocas palabras, tenemos capacidad de anticipación.
Junto con la transferencia de tecnología al mercado, generar tecnología es nuestra razón de ser, buscando nuevos desarrollos tecnológicos que cambien el tablero de juego actual. En muchas ocasiones, estos desarrollos tecnológicos tendrán que venir de la mano de formación especializada de perfiles que puedan usar la tecnología, testarla, implantarla, manipularla, mantenerla y hacerla evolucionar. La transferencia de investigadores desde los centros tecnológicos a las empresas tiene esta función, pero también y cada vez más, serán necesarios programas conjuntos entre los centros, las empresas y los agentes de formación (universidades, formación profesional) para garantizar un número adecuado de técnicos cualificados en todos los puestos de la cadena de valor vinculados con esa tecnología.
¿Un ejemplo? Las nuevas tecnologías son una fuente de empleos de futuro. La nanotecnología, por ejemplo, es una de las tecnologías esenciales definidas por Europa, en la que el País Vasco (y TECNALIA) tienen muchas y muy interesantes capacidades. Sin embargo, su desarrollo va unido a una batería de dudas: ¿usar cosméticos con nanopartículas de oro me va acelerar las arrugas?, ¿mi lavadora con nano-plata es tóxica para el medio ambiente?, ¿hasta qué punto es seguro manipular nanopartículas sin protección? Estas preguntas nos abren la puerta a la necesidad de formar perfiles expertos en investigar los efectos de la nano sobre el organismo y sobre el medio, perfiles expertos en regulación y perfiles expertos en desarrollar y aplicar procedimientos que garanticen el uso seguro de los nanomateriales, entre otros. Y este ejemplo se puede aplicar a prácticamente todas las tecnologías con las que estamos trabajando en la actualidad.
La próxima vez que habléis con vuestros hijos sobre lo que quieren ser de mayores, ofrecedles algo más que “princesas”, “bomberos” o “astronautas”. Tal vez tengáis en casa una arquitecta de smart cities o un pequeño experto en big data y todavía no lo sepáis.
Mientras tanto, desde los centros tecnológicos seguiremos trabajando en identificar las necesidades del mercado del futuro, en crear las alianzas con otros miembros del sistema para formar a los mejores profesionales y en asegurarnos de que nuestros futuros empleados encuentran aquí, en casa, un lugar competitivo y lleno de oportunidades para vivir y trabajar.