Multitud de cuestiones no tienen una solución definitiva y permanente. Esta afirmación se puede aplicar a distintos ámbitos. Uno de ellos es el fenómeno del Turismo. Este verano hemos presenciado cómo se ha convertido en debate en los medios de comunicación: propiciado por algunas reacciones poco comprensibles pintadas del tipo “Tourist go home” o protestas que afectaban directamente al disfrute de aquellos que optaron por visitarnos.
Todos somos turistas y en nuestro tiempo de ocio decidimos visitar otros destinos por diversas motivaciones. Los vascos por ejemplo, solemos coincidir en nuestras elecciones. Cádiz o Benidorm son lugares que invadimos. Bajo la misma irracionalidad también podrían aparecer protestas que entorpecieran nuestro disfrute.
El turismo, de una forma u otra, ha estado presente en toda la historia de la humanidad. Una de las primeras referencias se puede encontrar ya en la época griega con los viajes deportivos de las Olimpiadas. Posteriormente, el turismo moderno toma forma y nombre con el “Grand Tour”, un viaje formativo que en el siglo XVII solían realizar los hijos de los aristócratas británicos por Francia e Italia. En este tiempo, la evolución del turismo se ha visto favorecida por el desarrollo de las comunicaciones y los medios de transporte, por el aumento de nivel de vida de la sociedad, por la posibilidad de la clase trabajadora de poder disfrutar de vacaciones y, en general, por la mayor disponibilidad de tiempo libre.
Por tanto, como consecuencia de este desarrollo y de la democratización de los viajes, el turismo ha pasado de ser "cosa de élites" a convertirse en una opción a la que tiene acceso un alto porcentaje de la población. Incluso algunos elevan el turismo a la categoría de derecho adquirido por sus beneficios físicos, morales e intelectuales. El presidente de la OMT, Taleb Rifai, afirma que “El turismo ha pasado de ser un lujo a un derecho del ser humano. Viajar se ha convertido en una necesidad y un derecho universal".
También es cierto que las muestras de fobia al turismo, afortunadamente muy puntuales, no pueden esconder la realidad de que residentes de determinadas zonas están mostrando su malestar por el deterioro de su calidad de vida, debido a la masificación. Es incuestionable que el turismo tiene incidencia positiva y negativa sobre el territorio. La clave es encontrar el equilibrio apropiado y definir los límites, que en ningún momento se pueden sobrepasar, atendiendo a los propios residentes y a la preservación del territorio.
Un territorio resulta atractivo desde el punto de vista turístico por una confluencia de valores. Los visitantes pueden provocar, por su cantidad o por su comportamiento, una modificación sustancial del territorio original. Esta alteración del estado inicial obliga a los residentes a tener que modificar su conducta: por la subida de precios de los establecimientos que antes frecuentaban llegando incluso al extremo de la “gentrificación”, es decir, que los residentes abandonen esa zona, normalmente muy céntrica, y se trasladen a barrios periféricos. Otra forma de alteración del territorio es exprimir al máximo los recursos naturales para poder atender a la demanda de todos los visitantes. En todos los casos, esta transformación genera un nuevo espacio, un nuevo orden y desgraciadamente en ocasiones pérdidas irreparables con relación a las costumbres de la población local o a los propios recursos naturales.
Estamos acostumbrados a ver “manadas” de visitantes en determinados destinos. La única opción en esos lugares es seguir el recorrido estándar definido por el comportamiento habitual de los visitantes. En Venecia tuve esta sensación. Salí de la estación de tren y solo pude realizar el recorrido marcado por una marabunta de personas de la que yo formaba parte. Otra experiencia similar la he vivido en las Islas Cíes. A pesar de existir un cupo máximo de visitantes por día, la gran cantidad de personas que estábamos presentes impedía tener una experiencia de calidad. Las personas que nos encontrábamos en esos destinos, en ese momento, hubiéramos deseado una menor masificación, pero tomamos la decisión, por múltiples factores, de visitarlo.
La regulación es imprescindible para propiciar un desarrollo sostenible del turismo. Se deben establecer mecanismos, acompañados de sus correspondientes indicadores, que impidan alcanzar un turismo masificado que provoque la saturación de los servicios públicos y las infraestructuras y que ocasione una pérdida en la calidad de la experiencia del visitante y un deterioro en la calidad de vida del residente. Afortunadamente en el País Vasco no hemos llegado a situaciones extremas como Barcelona o Venecia, pero deberíamos ser ya conscientes de las alertas que están saltando. En este sentido, es necesario regular las Viviendas de Uso Turístico especialmente en las zonas céntricas e históricas de las capitales para que no se vea afectada la esencia y la riqueza intrínseca de esas zonas.
En todo este proceso la tecnología también puede contribuir de forma muy significativa. Los datos transformados en conocimiento deben ser un pilar esencial para facilitar la gestión del fenómeno del turismo. Estos gestores deben disponer de cuadros de mando que visualicen la situación online del destino y que sean capaz de detectar cualquier alerta. Por ejemplo sobre la masificación de espacios e incluso predecirla antes de que ocurra tomando como base toda la información acumulada.
Esta gestión eficiente de la información también tiene que servir para redimensionar adecuadamente los servicios públicos y las infraestructuras que se ponen a disposición de los viajeros y los residentes.