La fragilidad es un término acuñado para identificar aquellos objetos o materiales “débiles o con facilidad para deteriorarse”. En el ámbito del envejecimiento se utiliza para designar a aquellas personas mayores, vulnerables, que tienen un riesgo elevado de sufrir eventos adversos.
Este síndrome puede preceder por varios años al desarrollo de la discapacidad y otras adversidades clínicas como caídas, fracturas, deterioro funcional, institucionalización y muerte (Rodríguez-Manas, 2012). La buena noticia es que la fragilidad es reversible; se puede intervenir para revertir o ralentizar sus efectos; para ganar más años con mayor calidad de vida y sin dependencia en la vejez.
Un análisis reciente encargado por Biodonostia refleja que un retraso de tres años en el paso del estadio de persona frágil a la dependencia, para el conjunto de la población de Gipuzkoa, puede suponer ahorros en el largo plazo (2015-2050) por encima de 250 millones de euros, en valor presente, para el sistema sanitario local (7,2 M por año).
La actuación e investigación sobre envejecimiento y fragilidad es una prioridad en Europa. La iniciativa European Innovation Partnership for Active and Healthy Ageing (EIP on AHA) define como una de sus acciones principales la prevención y diagnóstico precoz del deterioro funcional y cognitivo, con intervenciones dirigidas a la fragilidad. El Programa Marco para la Investigación e Innovación 2014-2020 (Horizon 2020) hace lo propio con seis subprogramas específicos en esta materia.
¿Cómo llegar a una detección precoz e identificación de las personas en riesgo?
La caracterización tradicional de la fragilidad se entiende como algo fundamentalmente relacionado con la condición física del individuo: consecuentemente se traslada después a su capacidad funcional. Existen diversas escalas clínicas aceptadas para la valoración del grado de fragilidad de un paciente: Frailty Index (evaluación binaria (sí/no) del padecimiento de un conjunto de déficits), The Frail Scale (evaluación de aspectos como la fatiga, resistencia, movilidad, enfermedad y pérdida de autonomía) y The CSHA Clinical Frailty Scale (test que evalúa aspectos como el historial clínico, el estado psicológico y físico del paciente), etc... La controversia radica en que por un lado, no hay consenso sobre la escala más apropiada a utilizar, y por otro, muchas de estas escalas se basan en valoraciones por parte de los clínicos, no en medidas objetivas y cuantificadas. Por este motivo se han realizado algunos esfuerzos para definir métricas instrumentadas y objetivas para evaluar el grado de fragilidad de los pacientes.
En esta línea, TECNALIA colabora con otras entidades de la RVCTI investigando en métodos y modelos clínicos y prototipos tecnológicos experimentales para la identificación, caracterización, valoración y tratamiento del individuo pre-frágil, frágil y dependiente. El elemento diferencial se halla en la investigación de soluciones para una caracterización multidimensional de la fragilidad que considere la capacidad funcional física y cognitiva, biología y contexto diario ligados a la autonomía de la vida diaria.
En cuanto a la valoración de la capacidad funcional se está trabajando, por ejemplo, en nuevos sistemas tecnológicos del equilibrio postural (como signo para la identificación de la fragilidad y situación de riesgo de caída), así como en el estudio de la dinámica de la sentada (forma en la que el sujeto deja caer su peso en una silla). Se están desarrollando también nuevos métodos para el estudio integrado de la función física y la función cognitiva: por ejemplo, andar nueve metros mientras se nombran animales.
El estudio de los patrones de vida habituales de los sujetos frágiles es una fuente de información importante para la valoración de la fragilidad de una persona. La búsqueda de biomarcadores es un campo todavía por explorar: muy interesante si realmente se consiguiera encontrar en un futuro un marcador biológico (o varios) que fuera lo suficientemente sensible y específico como para identificar individuos frágiles que pudieran ser subsidiarios de intervenciones de prevención primaria.
Una vez detectado el síndrome de fragilidad: intervenir para revertir o retrasar la dependencia
Diversos estudios han demostrado que, por medio de programas de entrenamiento físico y cognitivo, es posible prevenir el deterioro funcional y la dependencia, retrasando su aparición o recuperando la capacidad funcional y cognitiva. Los programas de ejercicio físico multicomponente, que combinan entrenamiento de fuerza, resistencia, equilibrio y marcha, y particularmente el entrenamiento de la fuerza, han demostrado ser intervenciones eficaces ante el riesgo de fragilidad. Han revelado su utilidad en otros dominios frecuentemente asociados a este síndrome como las caídas, el deterioro cognitivo y la depresión (Izquierdo, Cadore, and Casas Herrero 2014).
La aplicación masiva de la prevención, intervención y la gestión de la fragilidad en la práctica clínica, objetivo estratégico recogido en el Plan de Salud para Euskadi 2013-2020, necesita generar nuevos programas y equipamiento específicos que estén validados, que resulten efectivos y que sean viables para la práctica clínica y comunitaria.
La fragilidad representa una oportunidad para el tejido industrial, para empresas que ya ofrecen productos y componentes para el ámbito de la salud, el dispositivo médico y de rehabilitación; y para las entidades de otros sectores más tradicionales les permite diversificar. Mercados como los equipos fitness, equipo mecatrónico y electrónica poseen en este ámbito de la intervención frente a la fragilidad, la oportunidad de ampliar su cartera de productos y acceder a nuevos mercados.
Dado que envejecer es un hecho incuestionable para todos, ¿construimos el futuro juntos?