La reacción habida recientemente en los medios de comunicación debida a los actuales precios récord alcanzados en el mercado de la energía eléctrica parece revelar un final más que anunciado en las medidas de gestión de la demanda, destinadas al sector doméstico.
En algunas ocasiones se ha llegado incluso a hablar de estrés financiero en el sector doméstico: carecen de herramientas para poder optimizar esas señales de precio y, en muchos casos, están sometidos a una vulnerabilidad económica que los aboca en estos meses a situaciones de estrés financiero que podrían evitarse.
La elasticidad del consumo es tan escasa que el incentivo de precio tendría que ser formidable para conseguir una alteración en el comportamiento. Ideas y creencias: las ideas se tienen; en las creencias se está. Las creencias constituyen la base de nuestra vida, el terreno sobre que acontece. En ellas "vivimos, nos movemos y somos". Por lo mismo, no solemos tener conciencia expresa de ellas, no las pensamos, sino que actúan latentes.
Dentro del sector doméstico, la energía es algo que mayoritariamente cabe considerarse desde la perspectiva de las creencias y no desde la de las ideas. Esto implica que la energía no se estima como un fin sino que es un medio que se utiliza para conseguir otros objetivos. Es algo que se usa pero con lo que no se cuenta.
La energía es música que se escucha, luz con la que se lee un libro, es información que se recibe o transmite, comunicación entre individuos. Si hace frío hay que calentarse, si se tiene hambre hay que comer y si no se quiere enfermar prematuramente hay que cocinar los alimentos, si es de noche hay que iluminarse, para tener una buena higiene y por ende, salud hay que lavarse; la energía es, en pocas palabras, sociedad.
En general, los usos de aparatos domésticos se hacen dentro de una vida social y con una significación ajena al hecho energético que implica. Esto quiere decir que los programas de gestión de la demanda no solamente tienen efecto sobre los momentos en los que la energía se consume en los hogares, sino también sobre la construcción social que depende de los hábitos de vida del sector doméstico.
From the consumer perspective, what role does energy have in the use of a home? How do we frame the questions? Is it economic? Is it psychological? Is it political? Is it sociological?. Some clarity is needed in the question before we decide which model to use, and how to quantify the phenomenon.
Si por algo se ha caracterizado el sector doméstico es por dirigirse hacia el incremento de confort como por ejemplo "lavadoras en lugar de lavaderos". Y hoy en día la tarifa eléctrica es algo que supone en sí mismo una pérdida de confort. Una forma de lograr que la tarifa fuera confort sería con las tarifas planas de electricidad al modo de la telefonía (referencias).
Otra forma de aumentar el confort en el sector doméstico es por medio de las empresas de servicios energéticos. Estas se hacen cargo de la tarifa variable a cambio del pequeño beneficio agregado de muchos consumidores. Ellos además si puede especializarse en el sector, algo que no tiene que hacer el sector doméstico que acude a casa a descansar, y puede adoptar un comportamiento racional orientado hacia el beneficio económico, cosa que el sector doméstico no hace ya que su comportamiento en el hogar tiende a ser racional orientado hacia el máximo confort de la familia. Tendrían que ser las empresas, como intermediarias entre el consumidor final y el distribuido, las que convirtieran una factura variable e incómoda para el consumidor en otro constante y transparente. Debería asumir los riesgos del mercado y no el usuario que utiliza la energía con otros fines.
Si aceptamos que alguien en su hogar está dispuesto a ceder una parte de su confort a cambio de un beneficio económico, estamos consintiendo que exista un mercado del confort en el que puede haber competencia entre los modos de confort perdido. La pérdida de confort, como todo, tiene un coste de oportunidad. Si cambiamos confort por dinero, me interesa más hacerlo modificando la ocasión de los consumos; conduciendo más despacio; comprando en supermercados más baratos aunque se encuentren más alejados…
Aunque comparar el confort entre sectores resulta complicado (es difícil equiparar el confort de conducir rápido con el confort de comer bien, por ejemplo), vamos a intentar valorar el precio que tiene el confort en distintas facetas de la vida:
- De promedio, un coche consume un 40 % más de combustible cuando circula a 112 km/h que cuando lo hace a 80 km/h. Si suponemos que a 80 km/h consume un promedio de 5,5 litros a los 100 km, a 112 km/h consumiría 7,7 litros, es decir, dos litros de combustible cada vez que hagamos 100 km de esta manera. Conducir durante 15 km más despacio supone un ahorro de 36 céntimos y un aumento de tiempo en el trayecto de algo más de tres minutos (para los cálculos se ha supuesto un precio del combustible “sin plomo 95” de 1,2 €).
- Modificar el consumo de un Kw implica un dinero. Tardar ese tiempo de más conlleva un ahorro de 40 céntimos, o levantarse de la cama para poner la lavadora se hace por la décima parte de ese dinero.
- Reducir la velocidad a 80 km/h durante un tramo de 20 km -en lugar de circular a 112 km/h- puede llegar a suponer un ahorro económico de 50 céntimos y una pérdida de confort que consiste en necesitar 4 minutos y medio más de tiempo. Repostar en la gasolinera más económica podría ser otra forma de ahorrar dinero en la movilidad, a cambio de la pérdida de confort que supone el hecho de tener que conocer los precios y alterar la rutina de desplazamientos para incluir en ella la nueva situación de las gasolineras. Seguro que existe quien ni por todo el oro del mundo repostaría en las estaciones de servicio que no sean de paso.
- También podríamos hablar sobre el precio que podríamos ahorrarnos si prescindiéramos de algún confort a la hora de realizar la compra: “Las familias españolas podrían ahorrar 929,54 euros de media al año en la cesta de la compra”, según el Informe de Supermercados presentado por la Organización de Consumidores y Usuarios (OCU). En concreto, el ahorro máximo en la cesta tipo, aquella que incluye productos de marcas líderes en el mercado, puede alcanzar los 3.322,8 euros en Madrid y 1.647 euros en Vigo. Por el contrario, las ciudades donde menos se puede ahorrar son Ciudad Real (331,1 euros), Vitoria (382 euros) y Lugo (410 euros). Comprar en varios supermercados o aprovechando ofertas.
Con el mismo dinero que destinamos a "llenar el carro" en unos supermercados durante un año se puede realizar durante más de 19 meses en otros, es decir, el mismo dinero nos daría para 7 meses más de compra. Y eso, escogiendo los mismos productos, de la misma marca y el mismo formato.
¿Da qué pensar?