En el centro de una sala sin ventanas situada en algún lugar secreto de un imponente edificio blanco de estilo neoclásico italiano, varias sillas giratorias forman un círculo. En ellas se encuentran sentados cuatro hombres. Stafford acaricia su larga barba mientras con la mano derecha pulsa un botón situado en un cuadro de mando que brilla en el reposabrazos.
Silenciosamente bajan del techo cuatro pantallas con información emitida en tiempo real por empresas de todo el país, tendencias económicas y sugerencias de actuación. Salvador ajusta sus gafas y clava una mirada grave y serena en la pantalla más cercana. Stafford sonríe y siguiendo la mirada de Salvador murmura: comunicación es control.
Si os digo que estos hombres están tomando decisiones políticas basándose en enormes cantidades de información llegada de todos los rincones del país en tiempo real, y os pido que adivinéis el año, seguramente muchos de vosotros lo situaríais en 2020 o más. Al fin y al cabo, esta escena es Política 4.0 en estado puro.
En realidad, esta escena (o una similar) tuvo lugar en el Palacio de la Moneda de Santiago de Chile en octubre 1972, durante el llamado Paro de los Patrones. Los protagonistas fueron Salvador Allende y Stafford Beer. Gracias al proyecto CyberSyn, un sistema de decisión distribuida para gestionar la economía del país, el gobierno de Allende fue capaz de garantizar el suministro de comida y bienes básicos a los ciudadanos de Santiago durante una huelga de camioneros que amenazaba con paralizar todo Chile. Como muchas otras oportunidades históricas, esta también se dio de bruces con la "imbecilidad" humana y murió, engullida por el golpe militar del 73.
Tomar decisiones disponiendo de la información en tiempo real es una de las grandes aspiraciones de los políticos desde hace muchos años. La frase que ilustra este artículo es de Harold MacMillan, Primer Ministro británico, y fue pronunciada en la década de los 60 del siglo pasado. También los rusos intentaron en los 70 montar su propio sistema de gestión económica 4.0 en un proyecto que se denominó OGAS, y que liquidó el mismo gobierno soviético cuando se dio cuenta de que demasiada información no era buena para mantener el statu quo que tanto beneficiaba a algunos.
Pero ahora estamos en 2016 y el escenario ha cambiado mucho. Tenemos sensores, robots, la internet de las cosas y datos abiertos. Tenemos algoritmos, ordenadores, inteligencia artificial y ciberseguridad. Y sobre todas las cosas, tenemos Big Data: grandes cantidades de información asociadas a una V que crece sin parar (Velocidad, Variedad, Volumen, Veracidad, Valor, Variabilidad, Visualización) y que trae debajo del brazo la promesa no solo de cambiar las políticas, sino de revolucionar el mundo. Sin embargo, la aplicación de esta tecnología a las políticas públicas de innovación no es inmediata: ¿por qué?
Porque los de letras vienen de venus y los de ciencias de marte
Llevamos a cuestas la herencia de un sistema educativo que nos etiquetó cuando todavía Casimiro nos enviaba a la cama. La frase “yo es que soy de ciencias” justifica a una generación entera de terroristas ortográficos. “Yo soy de más de letras” es la advertencia de todos aquellos para los que la ingeniería es una ciencia a la altura de la homeopatía. Para que se puedan tomar decisiones en política en base a información proporcionada por técnicas de Big Data es necesario entender la estadística, la física, las matemáticas, la sociología, la economía, el derecho y la programación.
Para muchos, los modelos basados en Big Data son una caja negra incomprensible sobre la que no se pueden fundamentar decisiones políticas, simplemente porque no entienden qué pasa dentro de la caja antes de que salga la información cocinada. No es que haya que saber de todo, pero desde luego hay que lograr un acercamiento entre perfiles que ahora mismo no existe, y así caminar hacia un entendimiento mejor del proceso y una mayor aceptación de las decisiones.
Porque somos ágiles como tortuga volteada
Si digo: “rápido, ágil, flexible”, seguro que la primera palabra que os viene a la mente es “administración pública”. ¿A que sí? ¿No? Ya...
La rigidez y la lentitud inherentes a la burocracia que rige lo público suponen un obstáculo que va más allá de los avances tecnológicos. De hecho, todo lo relacionado con la innovación tecnológica normalmente a la administración pública le supone más un dolor de cabeza que una solución, porque viene acompañado de nueva regulación, de nuevos protocolos y de diversos cambios incómodos que implican papeleo y adaptación, y le restan capacidad de respuesta. Disponer de una gran cantidad de información que viene de muchas fuentes y lo hace en tiempo real es una ventaja, siempre que se disponga de la flexibilidad suficiente para aprovecharla. Los datos en sí no tienen ningún valor si no se actúa con rapidez ante la información que proporcionan.
Porque buscamos un gato negro en un cuarto oscuro
Nadie nunca fue capaz de predecir internet. Predecir el nacimiento y explosión de una tecnología o una industria que ahora mismo no existe, en un entorno plagado de incertidumbre que cambia a una velocidad endiablada y con un nivel de "imprevisibilidad" altísimo es, ¿cómo decirlo? ¡Complicado! Y está lleno de riesgos: imaginad que detectamos una tendencia muy emergente gracias a técnicas de Big Data, y le aplicamos todo el apoyo de las políticas de manera que en poco tiempo se convierte en una apuesta estrella. ¿Quién nos dice que no hemos creado una burbuja de algo que de forma natural hubiera desaparecido?
Porque hay "mentirijillas", grandes mentiras y luego están las estadísticas
Es obvio que no toda la información es accesible. De hecho, el acceso a los datos disponibles en los organismos públicos ya es un reto en sí mismo por la fragmentación de la información, la opacidad, la falta de transparencia y la falta de comunicación dentro de las administraciones y de estas con otros organismos públicos. Pero además, de la información accesible hay una gran parte que, o no está contrastada, o es incompleta o presenta contradicciones. También están las buenas intenciones, esas que marcan el camino del infierno, como abrir una cuenta de Twitter para escupir información pública sobre la ciudadanía de manera completamente unilateral, no procesar las reacciones que esa información suscita y llamarle a ese desastre Big Data.
Pero incluso aunque una herramienta como Twitter se usara correctamente para obtener información sobre la ciudadanía, no está de más recordar que los usuarios de esta red social apenas representan al 3 % de la población mundial, y que ese 3 % ni siquiera es una muestra representativa porque casi todos tienen estudios superiores (80 %) y prácticamente la totalidad (96 %) tienen entre 16 y 54 años.
Y finalmente, en el minúsculo subgrupo de información accesible, contrastada, representativa y veraz, prácticamente no hay datos que revelen valores, preferencias u otras consideraciones subjetivas que son fundamentales en el proceso de elaboración de políticas públicas. Al fin y al cabo, las políticas no están en los datos, sino en los valores.
E incluso, aunque dispusiéramos de todos los datos y estos fueran fiables, representativos y significativos y recogieran no solo la realidad cuantitativa sino también las consideraciones subjetivas, y además dispusiéramos de un sistema público de toma de decisiones ágil, seguiríamos enfrentándonos a varios retos vinculados a la elaboración de los modelos. De manera que los resultados obtenidos de ellos puedan garantizar los valores que para la toma de decisiones en lo público son fundamentales: equidad, igualdad, privacidad y justicia.
¿Hay luz al final del túnel?
Sí. Y es muy luminosa. De hecho, aunque todavía no estamos en el escenario de una implantación fluida de las técnicas de Big Data en políticas, ya hay algunos ejemplos muy interesantes de aplicación de Big Data en políticas públicas de seguridad (Predpol), en políticas económicas (Billion Prices Project) y en políticas sanitarias (Flowminder) entre otras.
Trabajar en estos retos y otros que ya hemos identificado (desarrollo de soluciones de integración específicas para la información, mecanismos de coordinación entre administraciones públicas, implantación de prácticas de datos abiertos, desarrollo de protocolos de estandarización, un uso más intensivo de la internet de las cosas, desarrollo de soluciones de visualización analítica…) nos permitirá dar un paso adelante en las políticas de innovación, de manera que no solo mejoraremos la toma de decisiones, sino que cambiaremos radicalmente el ciclo de las políticas públicas.
Iremos hacia un modelo más crítico, más inclusivo y más afinado que responda, esta vez sí, a las demandas de un futuro que ya está aquí.