El desarrollo del coche autónomo levanta grandes expectaciones para la sociedad por sus previsibles beneficios asociados. La reducción de la siniestralidad, una menor contaminación en las ciudades y una mayor comodidad y eficiencia en el transporte son algunos de los parabienes que se entrevén.
Pero a la vez, el coche autónomo implica una serie de cambios drásticos en nuestro modo de entender las ciudades, el futuro del empleo, la autonomía en el transporte y nuestra propia cultura occidental. Hace algunas semanas, la administración Obama aprobó un plan de apoyo sin precedentes al coche autónomo. Un plan que es una declaración de intenciones en sí mismo y que intenta espolear a la importante industria automovilística de EEUU (lastrada en las últimas décadas por la crisis y una mayor competitividad internacional) para que abrace de pleno el paradigma de la digitalización.
Como declaró el Director del Consejo Nacional Económico, Jeffrey Zients; “We envision in the future, you can take your hands off the wheel, and your commute becomes restful or productive instead of frustrating and exhausting”, para posteriormente añadir que el coche autónomo ahorrará tiempo, dinero y vidas.
Aunque está por ver si el nuevo inquilino de La Casa Blanca boicotea el trabajo de su antecesor o por lo contrario, apoya este tipo de medidas, este plan es una declaración de intenciones con respecto al avance de estas tecnologías. Quizás una de las mayores motivaciones que se encuentran detrás del discurso en favor de la automatización de este medio de transporte es el de la seguridad. Este medio es de los más utilizados y por increíble que parezca, de los que más muertes causa año tras año. Las cifras están ahí y conforman una realidad que no puede ser silenciada. Por ello, es de esperar que los gobiernos de todo el mundo apoyen este tipo de tecnologías, ya que se espera que su desarrollo contribuya a salvar muchas vidas. No obstante, se estima que en torno al 90% de los accidentes podrían ser evitados con este tipo de artefactos circulando por nuestras carreteras.
Otro de los grandes argumentos de peso para impulsar la adopción de este tipo de tecnologías es el cambio climático. El tráfico rodado es uno de los mayores causantes de las emisiones de CO2 a la atmósfera (concretamente la tercera causa) y no cabe duda de que la automatización de la conducción producirá una gestión mucho más inteligente del consumo de energía. Además, parece claro que este nuevo modelo de automóvil será impulsado por energías renovables y seguramente favorecerá un modelo de uso basado en el acceso y no en la propiedad (me detendré más adelante en estos aspectos). Este uso colaborativo de los recursos es una de las grandes esperanzas para hacer un planeta más sostenible y es que por cada vehículo compartido, se eliminan 25.
Todos los grandes fabricantes se han lanzado a esta especie de “carrera espacial” que se ha desatado. Las grandes marcas establecidas como BMW, Audi, Toyota o Ford están apostando por este tipo de desarrollos. Además han surgido nuevos actores que provienen de otros ámbitos tecnológicos (Tesla, Google, Uber, etc.) y que tienen desde hace tiempo a sus modelos autónomos recorriendo miles de kilómetros, y no sólo por regiones despobladas.
Sorprende observar también cómo se han desarrollado alianzas en este sector que en otras épocas no hubieran tenido visos de llegar a buen puerto. Es el caso de Volvo con Uber o el de Ford con Google. Y es que la complejidad en el desarrollo de este tipo de artefactos necesita de nuevas formas de colaboración a las que no estábamos acostumbrados. Sobre todo porque al fin y al cabo, se trata de desarrollar una tecnología capaz de lidiar con la complicación inherente a un sistema socio-técnico en el que hay un factor totalmente aleatorio muy presente; el comportamiento humano al volante.
Sí alguien ha viajado a Asia seguro que este modelo le resulta familiar... Extraído de CityLab.
Volviendo al título del post, y a pesar de que este último tema es de gran importancia, lo que me gustaría resaltar en este post es que la introducción del coche autónomo va a suponer todo un reto tecnológico pero sobre todo un gran reto social. Y es que la cultura de las sociedades occidentales está en buena medida condicionada por la cultura del automóvil. Aunque quizás no seamos conscientes de lo que supone esto, solo tenemos que echar un vistazo a la estructura de nuestras ciudades para ver cómo hemos sido capaces de definir nuestros núcleos urbanos en función de este modo de transporte.
Quizás sea EEUU el país en el que esto ha sido llevado a su máxima expresión, y por ello pensamos que somos diferentes porque no tenemos tantos Drive In, moteles de carretera y demás pero no seamos inocentes. Sólo tenemos que pensar en sistemas de tráfico como semáforos, rotondas y demás o simplemente echar un vistazo a la cantidad de aparcamientos de todo tipo que existen en nuestras ciudades para comprender la omnipresencia del automóvil en nuestros espacios urbanos.
Quien esté leyendo estas palabras puede estar pensando… ya bueno, pero ¿qué tiene que ver todo esto con el desarrollo del coche autónomo? Seguramente pensará que al fin y al cabo van a ser coches y se comportarán como coches al servicio del conductor. Aquí es donde personalmente creo que vamos a ver los cambios más dramáticos. El coche autónomo además de no necesitar de un conductor, también será un coche que utilice fuentes de energía renovables (casi todos los modelos que surgen son híbridos o eléctricos), seguramente será controlado de algún modo remoto (¿recordáis esa escena de Yo Robot en la que Will Smith trata de hacerse con el control de su coche?) y será comercializado como un tipo de servicio en lugar de un producto (¿qué sentido tiene adquirir un coche que va a estar prohibido conducir?).
Estos y otros cambios que seguramente están por llegar, van a transformar nuestra concepción del automóvil y la forma de transporte que conocíamos como tal. Y esto es a lo que algunos se refieren como la muerte de la cultura del automóvil. Un tema en el que no sólo influye esta innovación tecnológica sino también la paulatina macro-urbanización de regiones enteras y el cambio en las prioridades de las generaciones más jóvenes, las cuales no están tan interesadas en poseer un coche como lo han estado las anteriores. Y es que comprar y mantener un coche es algo muy caro en comparación con otras formas de transporte. En este sentido, es realmente perturbador descubrir algunos números bastante clarificadores de los costes que asumimos de forma muy racional.
Por ello, el coche autónomo (como combinación de varias innovaciones tecnológicas y sociales) va a constituir una revolución para la sociedad en toda regla y debemos trabajar para adelantar y prever todos estos efectos culturales y organizacionales que seguramente provocarán transformaciones abruptas y traumáticas. Quizás la más temida es la que tiene que ver con los efectos de esta automatización en el empleo del sector transporte. Algo que está empezando a ocupar telediarios desde que el Foro Económico de DAVOS publicara un informe nada alentador sobre el tema.
Siempre se nos viene a la cabeza el gremio de taxistas a la cabeza cuando pensamos en la automatización del automóvil y a veces el de los conductores de autobús pero sin duda el gran reto está en el transporte rodado de mercancías. Hay muchos transportistas repartidos por el mundo y en EEUU especialmente es una de las profesiones más extendidas y comunes, por lo que las voces que empiezan a alertar del posible terremoto estructural que puede provocar esta automatización se han multiplicado al otro lado del charco.
El problema de la sustitución de empleos por tecnologías que proveen una automatización de procesos y tareas, no es algo nuevo. Si pensamos en las diversas revoluciones industriales que hemos experimentado y sus efectos perniciosos en los gremios y artesanos a través de fenómenos de deskilling, no deberíamos de sorprendernos. Lo que sí es nuevo es el componente de auto-aprendizaje y gestión de la información que incorporan las nuevas tecnologías digitales. Esta es la gran diferencia con anteriores revoluciones industriales.
Aunque no lo percibimos como tal, nuestra unión con la cultura material y tecnológica hace que la destrucción creativa que provee el fenómeno de la innovación provoque a su vez dramáticas transformaciones sociales. Y a medida que la mediatización de nuestros entornos crece, las sacudidas son más fuertes. Por eso, hay gente que piensa que la lógica del capitalismo debe ser revisada. Y es que una sociedad que adopta la innovación como motor económico también tiene la obligación de atender a los efectos no deseados de la misma. Sólo así podremos aspirar a una sociedad inclusiva y garante de la igualdad de oportunidades para todos sus miembros y colectivos.
Este es el problema que está a punto de desatarse respecto al desarrollo del coche autónomo. Evidentemente, esta tecnología será tremendamente beneficiosa para la sociedad en general (no quisiera que se me malinterpretara) pero está por ver cómo se van a gestionar las transformaciones económicas, sociales y culturales que va a provocar. Desde la gestión del espacio público, hasta la previsible pérdida de empleos en numerosas industrias, pasando por la redefinición entera de los sistemas de tráfico; los desafíos que se plantean delante de nuestro camino son mayúsculos.
La sociedad en su conjunto no debe sentirse a merced de estos avances, sino que debe involucrarse ampliamente en la conceptualización, diseño, desarrollo y evaluación de los mismos, ya que es la única manera de poder garantizar la inclusividad, la igualdad y la reflexividad en este futuro, cada vez más cercano.