A mis dos hijos la televisión no les entretiene. No entienden que continuemos enganchados a la dictadura de la parrilla televisiva en la era de YouTube y los contenidos por streaming. Ellos incorporan de forma nativa un mecanismo que desecha cualquier objeto que no les reporte una experiencia instantánea, ágil y asequible y además bajo demanda.
La generación a la que pertenecen compondrá una horda de "bárbaros", como se refiere a ellos Alessandro Barico en el ensayo del mismo nombre: cambiará con naturalidad la interacción con los objetos, y la forma en cómo se relacionan las personas y los negocios. Será la respuesta al mundo que les heredamos, mucho más complejo, diverso e hiperconectado.
¿Qué opinarán mis hijos, en este nuevo contexto, de las máquinas-herramienta si les explico en profundidad cómo se manejan y además les justifico que tendrán que trabajar con ellas en un futuro próximo? Posiblemente, tendré que soportar sus burlas. Y es que la manera en que interactuamos actualmente con los equipos industriales no es en absoluto intuitiva, ni mucho menos sostenible.
Las máquinas rompen con cualquiera de los criterios básicos de diseño tal y como refleja Donald Norman en "La psicología de los objetos cotidianos": es imposible intuir a priori cuál es la función de los mandos de control, tampoco es evidente el efecto de cada una las acciones tomadas y cualquier fallo cometido se detecta demasiado tarde.
Nos encontramos ante un problema: los equipos industriales son productos diseñados sin una obsolescencia programada, pensados para durar décadas. Sus procesos han ido evolucionando de forma regular. En mecanizado, por ejemplo, ni siquiera la aparición del control numérico supuso una tecnología lo suficientemente disruptiva como para replantear la arquitectura de máquina: únicamente fue una innovación incremental.
Este planteamiento en sí no es del todo negativo. Es evidente que los equipos industriales han acabado siendo poco intuitivos. Las máquinas-herramienta realizan las funciones para las que fueron diseñadas. Entran en precisión tras haber recibido el operario una formación específica e intensa, y acumulado una gran experiencia trabajando horas junto a ellas. Cualquiera que conozca el sector y se detenga brevemente a reflexionar sobre él, llegará fácilmente a la conclusión de que es necesario replantearse cómo se interactúa con el entorno industrial.
Otros sectores, como el de la electrónica de consumo, han evolucionado claramente en usabilidad, empujados por un público poco conformista, hasta llevar al extremo las máximas del diseño. No obstante, tampoco todo es nuevo. La empresa de electrodomésticos Braun y su diseñador estrella Dieter Rahms, por ejemplo, con su estética minimalista y al mismo tiempo muy funcional, influyó en el iPod. Los teléfonos móviles, en definitiva ordenadores guardados en nuestros bolsillos, muestran la información de forma amena y ágil, acercándose al diseño dictaminado por la Bauhaus y la escuela de Ulm.
Es inevitable que las modas dictadas por el diseño acaben irrumpiendo en todos los sectores. Cuando el paradigma de la Industria 4.0 estaba calando, hace cuatro años, se predijo el aterrizaje del concepto de apps a la máquina-herramienta. Se decía que se instalarían nuevas funciones en la máquina, bajo demanda. La realidad es que las apps ya son una realidad, por lo menos en las máquinas de nueva generación. Pronto verán la luz iniciativas como Adamos de DMG-Mori o MyApps de Okuma.
Mientras este nuevo mercado progrese, las tecnologías deberán ir acompañadas de criterios de diseño que faciliten su uso. ¡No es baladí! Hacer sencillo y accesible lo que ahora es complejo e imperceptible a la vista es vital.
Quien diseñe un nuevo concepto de máquina-herramienta, desde el punto de vista de la usabilidad, sin arrastrar herencias tecnológicas, será quien marque un antes y un después en el sector. Mis hijos querrán esa máquina.