Cuando mi hijo cumplió cinco años, su padre y yo nos enfrentamos al apasionante mundo de las actividades extraescolares. Durante un par de semanas hicimos un máster de pelota vasca, de baile, de baloncesto y de idiomas para decidir a qué íbamos a dedicar las tardes en esta familia.
Lo tuvimos claro cuando llegamos a la charla de presentación del club de fútbol: “si queréis que vuestros hijos jueguen en el Athletic, ya podéis llevarlos a otro sitio. Aquí no les vamos a enseñar fútbol, aquí les vamos a enseñar valores. Que sean solidarios, autónomos, responsables. Que trabajen en equipo”. Dos meses después nos enviaron a casa el calendario 2018-2019 con la foto de todos los jugadores del club: 205 niños y do niñas. Mientras miraba la foto pensé: ¿será que las niñas no necesitan aprender valores?
Os propongo un experimento: teclead en Google Imágenes “Chief Executive Officer”. Lo más probable es que encontréis un montón de fotos de hombres de mediana edad, blancos, sonrientes y con trajes oscuros. Si tenéis suerte es posible que veáis entre ellas alguna foto de mujer. O no. Este experimento se realizó por primera vez en 2015 en un estudio liderado por la Universidad de Washington. Los investigadores tuvieron que navegar a través de cientos y cientos de fotos de hombres blancos trajeados en negro hasta dar con la primera cara femenina de la lista: era la Barbie Directora General.
En 2016, un equipo liderado por la Universidad de Boston y Microsoft Research alimentó un algoritmo con más de tres millones de palabras obtenidas del servicio de noticias de Google, centrándose en las de uso más común. Después retaron a la máquina a finalizar la siguiente frase: “el hombre es la programación, como la mujer es a…” y la máquina arrojó el siguiente resultado: “el hombre es a la programación como la mujer es a las labores de casa”.
¿Qué les pasa a las máquinas?
En realidad, todo esto tiene una explicación muy sencilla: las máquinas funcionan con algoritmos y los algoritmos se alimentan con datos reales. Si echamos un vistazo a estos datos entenderemos por qué las máquinas se empeñan en discriminar a las mujeres. Por ejemplo, las mujeres tienen presencia únicamente en el 8 % de las jefaturas de estado del mundo, en el 18 % de los ministerios y en el 24 % de los parlamentos. Únicamente el 34 % de los puestos de alta dirección empresarial están ocupados por mujeres. Ningún país ha alcanzado la paridad entre hombres y mujeres. De media, el mundo está al 68 % del objetivo de paridad, un porcentaje que asciende al 82 % si se tienen en cuenta solo los países con mejores índices de igualdad (Noruega, Islandia, Suecia y Finlandia).
Otro dato interesante apunta a que, en España, el 100 % de los hombres vuelven al trabajo después de su baja paternal. En el caso de las mujeres, este ratio desciende al 55 %. Hay más mujeres españolas con educación secundaria y terciaria, pero de media, ganan un 30 % menos. Eso las convierte en las primeras candidatas de la familia para acogerse a medidas de conciliación, lo que a menudo supone renunciar a su carrera profesional o, al menos, cortar de raíz sus posibilidades de promoción.
¿Por qué las mujeres ganan menos?
No hay una única causa que lo explique, pero sí que existe una clara tendencia por parte de las mujeres a elegir unas carreras frente a otras. Aunque suelen tener las notas más altas de acceso a la universidad y, por lo tanto, pueden acceder a las carreras que prefieran, el 79 % del alumnado en estudios superiores de educación son mujeres, y también el 72 % en los estudios de salud y bienestar. Sin embargo, apenas suponen el 25 % del alumnado en las carreras de ingeniería y de arquitectura. En el caso de la formación profesional, el patrón se repite: los grados con mayor nivel de empleabilidad (automoción, informática, fabricación mecánica y electricidad y electrónica) apenas cuentan con un 3 % de alumnado femenino, que preferentemente se decanta por los estudios vinculados a la imagen personal, a la sanidad y al turismo.
Un estudio publicado por Science en 2017 demostró que, a los seis años, las niñas ya empiezan a verse a sí mismas como menos inteligentes frente a los niños. Cuando se les habla de un personaje de cuento “muy, muy listo” y se les pide que señalen de entre varias fotos quién podría ser, menos de la mitad eligen un personaje femenino. Este video refleja muy bien este resultado.
Los estereotipos de género se definen entre los cinco y los siete años. Los pilotos, los bomberos y los cirujanos son hombres. Los CEOs también son hombres. Los niños van a fútbol y las niñas a danzas vascas (si crees que, a los cinco años, los niños eligen sus extraescolares, déjame decirte que estás muy equivocada). Si las niñas no identifican el liderazgo como una habilidad propia de las mujeres, difícilmente llegarán a ser líderes ellas mismas. Necesitan referentes, figuras que les recuerden que ellas pueden ser todo lo que quieran ser.
¿Y si a pesar de todo la niña quiere ser enfermera?
Igual algunos de vosotros estáis pensando en la cara de éxtasis que ponen vuestras hijas cuando las vestís con diademas de brillis y tutús rosas. Existe una extensa literatura que estudia el efecto que la biología tiene sobre las elecciones de las mujeres y de los hombres. Parece que los hombres tienen mejor visión espacial que las mujeres, pero las mujeres se comunican mejor que los hombres. También hay que quien afirma que las mujeres se sienten más atraídas por las personas, mientras que los hombres prefieren actuar con herramientas y con cacharrería. En realidad, hay tantos factores que influyen (factores biológicos, experiencias tempranas, educación recibida, referentes, contexto cultural), que resulta complicado separar el efecto que cada uno de ellos tiene sobre las elecciones que hacemos.
Lo que sí parece cierto es que la igualdad nos hace diferentes. Las diferencias de género están fuertemente correlacionadas con el desarrollo económico. O, dicho de otra forma, en los países donde las mujeres son libres de elegir, las mujeres eligen que no quieren ser ingenieras. Y eso explica que en Arabia Saudí el 45 % de los informáticos son mujeres, pero en Suecia no llegan ni al 15 %.
Si las niñas asumen que son tan inteligentes y tan capaces como los niños, si las niñas tienen referentes en los que verse reflejadas, pero a pesar de todo deciden disfrazarse de Frozen en lugar de hacerlo de Dark Vader, están en su derecho de hacerlo. No es un fracaso que elijan ser enfermeras, periodistas o profesoras de educación infantil, en lugar de pasarse todo el día escribiendo líneas de código delante de una pantalla. Hay una sutil pero clara diferencia entre facilitarle a alguien la entrada, y meterlo dentro a empujones.
La verdadera igualdad no consiste en tener tantos ingenieros como ingenieras, la verdadera igualdad consiste en poder elegir qué queremos ser. No importa si nuestras niñas quieren ser médicos o químicas. Lo que importa, lo que de verdad importa, es que sean felices. Y que sean libres para elegir lo que les dé la gana ser.