Cada vez que hablamos de la necesidad de invertir en I+D siempre hablamos de su impacto en la generación de puestos de trabajo cualificados, sus retornos a la economía, el desarrollo y el bienestar social.
Sin embargo, nos olvidamos a menudo de que para legitimar esa demanda, hay que abrir a la ciudadanía la investigación de una manera accesible, cercana y reflexiva. Hace unas semanas tenía lugar la "Noche de los Investigadores", un evento dedicado a divulgar la actividad que miles de científicos realizan en diversos centros de investigación repartidos por toda Europa.
Dicha iniciativa lleva ya unos cuantos años desarrollándose y cada vez con una mayor asistencia de público y participación de investigadores. Este tipo de acciones siempre aparecen en diversos medios de comunicación, que usualmente recalcan lo importante que son para el fomento de vocaciones científicas y para acercar la ciencia, la tecnología y la innovación a la ciudadanía.
No voy a negar ni mucho menos que así sea, ya que sinceramente creo que deberían hacerse muchas más actividades en esta línea, pero siempre me pregunto qué podríamos hacer para mejorar una serie de formatos que, si bien están muy consolidados, parece que no acaban de conseguir el efecto esperado en la sociedad.
Llevamos unos años bastante "revueltos" en materia de I+D, con presupuestos que han decrecido de manera alarmante respecto a nuestros vecinos europeos y con nuevas fórmulas de financiación que han fracasado claramente. Otro tanto podemos decir de la inversión privada, que sigue retrocediendo, pese a que todos estos actores suelen coincidir en que es el único camino para mejorar la competitividad de las empresas y el bienestar social.
La opinión de la ciudadanía suele ser similar, a tenor de lo que se desprende de las encuestas de percepción social de la ciencia y la tecnología que realiza la FECYT cada dos años. Sin embargo, parece que hay problemas mucho más importantes que atacar. No voy a decir que el paro, la corrupción o la mejora de la sanidad sean problemas menos importantes que la inversión de la I+D, pero a un servidor le sigue llamando la atención que a estas alturas de la película solo le preocupe el tema a un 0,7 % de la población (y eso que el porcentaje ha ido creciendo estos años). Sobre todo, porque la inversión en I+D está muy relacionada con la creación de empleo, la calidad del mismo, la mejora de los servicios sanitarios o la calidad en la enseñanza. Y es que los países no investigan porque son ricos, son ricos porque investigan.
Quizás este desconocimiento se manifiesta más gráficamente cuando uno mismo tiene que explicar a amigos y familiares en qué consiste esto de la investigación. Quien trabaje en el sector seguro que habrá experimentado más de alguna anécdota, intentando arrojar un poco de luz a algún conocido/a sobre las particularidades de nuestro día a día y qué es lo que hacemos en nuestro trabajo. Siempre hay algún curioso que se pregunta en qué se diferencia un estado de la técnica de un simple trabajo de los que se hacen en la carrera de esos de “corta y pega”, por qué dedicamos un montón de horas a escribir artículos en revistas científicas que poca gente lee o cita, cómo nos vemos involucrados en el desarrollo de un montón de propuestas competitivas que en la mayoría de casos no se financian o por qué las personas que se dedican a esto tienen que hacer las maletas con gran asiduidad para prosperar. Incluso ahora también parece que este colectivo laboral es más propenso a acabar desarrollando algún problema de salud mental.
Y es que los investigadores somos una rara avis en la sociedad, con un porcentaje de doctores/as que no llega al 0,9 % en la población, a pesar de ser una garantía de empleabilidad y una tasa de ocupación del 96 %. Este gran desconocimiento que posee la población sobre la investigación se ha visto de manera muy gráfica con la polémica de la tesis del presidente del gobierno y con unas afirmaciones en la prensa realmente preocupantes.
Otra cosa que tampoco ayuda a legitimar la posición del investigador/a en la sociedad es la falta de oportunidades de cara a una carrera investigadora estructurada, además de la precariedad y temporalidad que asola al mercado de trabajo. Cuando hablamos de este último factor siempre se nos viene a la mente sectores como el turismo y la construcción, pero con una tasa de temporalidad del 40 % es imposible hablar del desarrollo de una economía basada en el conocimiento o de fomentar las vocaciones científicas en nuestro país de una manera sostenible.
Estos y otros problemas sobre la falta de comprensión y legitimación de la investigación hacen que no se disemine una necesaria cultura de la innovación sobre la sociedad, la cual podría hacer que valores como la curiosidad, la disposición a asumir riesgos, la valoración de la creatividad, la búsqueda de la perfección en el trabajo y la confianza en la investigación como un medio para resolver problemas calasen en la población. La promoción de estos valores ayudaría sin duda a comprender, valorar, legitimar y apoyar la inversión en I+D en los diferentes sectores de la población que todavía no hacen suya esta demanda.
En este sentido, hay algún gesto reciente como el despliegue de una oficina de asesoramiento científico a la presidencia que llaman al optimismo (algo que ya tenían países como Alemania, Francia, Reino Unido, EEUU o Canadá). Aunque también, al mismo tiempo, hay otros como el reciente desmantelamiento por parte de la Comisión Europea del programa “Science with and for Society”, dedicado a establecer puentes entre la investigación y la ciudadanía, que suponen un jarro de agua fría a todos los/las que creemos que la ciencia, la tecnología y la innovación deben tener un papel más relevante en la sociedad. Sobre todo en un momento en que el papel de una Investigación e Innovación Responsables (RRI) se hace cada vez más urgente, ante la nueva ola de tecnologías disruptivas que están apareciendo y modificando nuestras entornos relacionales, laborales y socio-afectivos.
Vivimos tiempos difíciles, en los que paulatinamente hemos ido asistiendo a un mayor enfoque en los indicadores del retorno de la I+D en la sociedad. Lo cual, si bien es necesario, es también peligroso. Estos indicadores siempre atienden a una lógica economicista, cortoplacista y determinista que escapa al verdadero beneficio de la investigación para con la sociedad. Además, estas métricas suelen negar el papel de los intangibles en la innovación, los cuales muchas veces son factores críticos en los ecosistemas locales o regionales.
No quisiera terminar con la sensación de haber descrito la profesión de manera áspera, sino todo lo contrario, ya que sinceramente creo que es uno de los trabajos más gratificantes que puede haber por sí mismos. Además, la profesión también nos ayuda a entender un poco mejor el mundo que nos rodea, desarrolla soluciones para buena parte de los problemas que nos afectan en mayor o menor medida y, sobre todo, porque la investigación contribuye a hacer una sociedad más justa a partir de la búsqueda del saber y la generación de conocimiento.
Por ello, una investigación que no sepa establecer este necesario diálogo con la sociedad está abocada irremediablemente al rechazo.